Caso Clínico: La náusea

Caso Clínico: náusea

Carmen Ballesteros

08/10/2020

Te cuento una caso clínico sobre gastritis, náuseas y emotofobia con el que trabajé que en terapia psicológica. 

Diagnóstico: Trastorno somatomorfo indiferenciado. Emetofobia. 

Ana, como la llamaremos en este relato, rondaba la quincena de edad cuando llegó a mi consulta. Era una chica extremadamente delgada, bastante alta para su edad, de piel fina y blanca y con una bonita cabellera peliroja y rizada. Se presentó en mi despacho un poco titubeante, lentamente ocupó el asiento tal y como se sientan los adolescentes en una silla. Sin más dilación me contó su motivo de consulta: una larga lista de problemas de alimentación y de malestar físico que había arrastrado desde su más tierna infancia.

Hace años había recibido un diagnóstico de gastritis nerviosa, por el cual había sido sin éxito convenientemente medicada. Frustrada cuenta que a pesar de tomar las pastillas sufre un fuerte dolor en la boca del estómago y a pesar de que sigue todas las indicaciones del médico al respeto de que alimentos ingerir y cuáles no, igualmente siente náuseas. Se siente incómoda y nerviosa constantemente, tiene miedo de que la comida esté en mal estado. Por ello, hace años sus padres la llevaron también sin éxito a un psicólogo para le ayudara a controlar el impulso a chequear obsesivamente las fechas de caducidad de los alimentos que ingería para asegurarse de que no estuvieran caducados. Me cuenta apenada que todo ello le supone un gran desgaste, que no puede más y que se siente poco comprendida por su familia. Como es de imaginar, el mayor conflicto se localiza en su vínculo con la madre, que es la que cocina. No come nada que no sepa que ingredientes contiene, por ello no come fuera en restaurantes, ni asiste a reuniones familiares o va a casas de amigos, tampoco come alimentos frescos como carne o pescado, pues no puede comprobar en que fecha caducarían.

la nausea imagen

Los orígenes de Ana y las primeras sesiones

Ana es hija primogénita de dos padres jóvenes y primerizos que no tardaron mucho en separarse. Los primeros años de su infancia trascurrieron en una ciudad para mudarse después junto con su madre y la pareja de ésta a un paraje inhóspito, helado, sin amigos, sin estímulos y a penas sin contacto con su familia extensa. En su primera década de vida la madre tuvo un hijo con su nueva pareja. Debido a la religión que practican no celebran la Navidad y no comen cerdo.

Durante las primeras sesiones Ana solo puede hablar de la náusea sin poder pensar más allá de ésta. Describe minuciosamente como es su rutina diaria, como sobreviene en su cuerpo al levantarse, de si la siente antes o después de comer, detalla además la intensidad con la que la siente en determinados momentos o cómo se desvanece sin mayor explicación. No puede comprender cómo aparece independientemente de lo que coma y como dependiendo del día el mismo alimento puede sentarle bien o no, asegura que le aparece cuando está nerviosa pero no puede entrever la profundidad de sus palabras.

En la medida en la que avanzan las sesiones, intento junto con Ana poder descubrir cuáles son las emociones que van acompañadas a la náusea, e incluso, con un poco de suerte, ver cuáles son las emociones que la náusea opaca. No es fácil para Ana. En una sesión cuenta como en esa misma mañana la náusea invadió el desayuno. Le pregunto qué estaba sucediendo a su alrededor. Dice que nada, que estaba viendo las noticias y pensando en la serie de hechos que se exponían allí: robo de una tienda, atentado a unos israelitas que los hacen explotar porque no son de su religión… Me confiesa que ella se iría al campo si esto sucede. Dice que dejó de pensar, que se puso a hablar con su madre y le dio la náusea. Siguió viendo la televisión y se fue al instituto.

Yo le pregunto si puede asociar la náusea con algo, dice que no. Le pido que me diga que sintió en ese momento. Dice que le da miedo que le pase algo a su familia -hay que recordar que ella pertenece junto con su familia a una corriente religiosa minoritaria y culturalmente controvertida-. Le pregunto dónde lo siente, dice que como nervios, como náuseas, un temblor… Añade además que cuando llora mucho le dan náuseas. No entiende qué le pasa. Este día puede asociar como el miedo y la tristeza se expresan junto con la náusea. Le dejo una pregunta para que piense durante la semana, ¿por qué esas emociones se convierten en náusea?

El acting: la actuación de la fantasía inconsciente

En otra de las sesiones viene a la consulta enferma con mucha tos y se queja de que le duele el estómago. Le digo que pareciera que todo su malestar pasa por su estómago. Añade quejicosa y agotada que siempre está enferma, que si no es la náusea son los dolores de cabeza o garganta. Le pregunto cómo le hace sentir estar así siempre. Dice que triste. Le digo: “entonces estás siempre triste”. Me mira seria con un gesto de sorpresa, no responde.

Recuerda como de pequeña se “súper enfermaba” y que estaba sola. Le pregunto si puede acordarse de cómo se sentía, me responde por el presente y me dice que siente náuseas, que se siente mal. En ese momento saca una pastilla de la gastritis y se la toma. Le hago ver como la náusea ha aparecido cuando le pregunto sobre sus sentimientos en el pasado. Le digo que podemos suponer que de chiquita cuando estaba “súper enferma” y sentía la náusea se podría sentir muy asustada, con miedo. Calla. Al rato dice que tiene mucho miedo a vomitar, le pregunto que le pasaría si vomitara y me cuenta dos veces en las que le sucedió y que sorprendentemente sintió alivio.

Los recuerdos bloqueados

A la semana siguiente cuenta que ha estado mal, que tuvo una náusea muy grande. Le pregunto que cuándo sintió esa gran náusea, dice que cuando tiene que tomar las pastillas que le han recetado para la gastritis. Recuerda que la primera vez que las tomó no pudo ver el prospecto y que ese día tenía miedo de que le sentaran mal o de que sus padres o su madrina se equivoquen, o a propósito, y le dé fiebre y vomite. Le pregunto que porque piensa que sus padres o madrina pueden darle a propósito unas pastillas para que le sienten mal. Dice que a veces su madre cuando está enfadada le dice que la va a envenenar la comida y le grita que por qué no se muere, que está cansada de que no coma.

Ana llora amargamente.

Mientras se calma, entre sollozos confiesa que vio a su padre llorar por este motivo una vez, que ella a veces piensa si no sería mejor estar muerta y así su familia estaría mejor. Le digo que ha debido ser muy duro para ella recibir esas palabras de su madre, sobre todo desde que es muy pequeña y que puede que le haya afectado mucho y creado inseguridades.

Otro de sus recuerdos bloqueados emergió un día en el cual al entrar en la consulta se fijó en un objeto que le recordaba a su madrina. Al entrar, antes de sentarse en al silla y quitarse el abrigo, me cuenta que no va a verla, que su familiar más querido no vive en la ciudad y que desea ir a verla próximamente. Frena en seco su discurso como si no quisiera decir algo que está pensando y me dice que no sabe de que va a hablar. Le pido que continúe hablando de su madrina ya que en otras ocasiones se ha mostrado reticente a hablar de ella y que puede que sea un tema que sea necesario tratar en consulta.

Dice que es rara, que antes de que ella naciera se llevaba mal con su madre, que peleaban. Tampoco se llevaba bien con su padre y que le despreciaba delante de otras personas. Con un tono entre misterioso y avergonzada relata que en la casa de la madrina antes de que ella naciera hacía cosas raras, que el padre y la madre lo han visto y se ha enterado hasta una vecina. Le pregunto que a qué se refiere con cosas raras. Dice: “un día vi unas cosas”, pero se frena y añade que prefiere no decir lo que vio. Al instante añade con un gesto de gran desagrado: “¡Era brujería!”, explica un poco turbada que su madrina hacía brujería y no sabe por qué, no se lo explica… dice que no lo hace más pero no sabe.

Hablamos sobre que ha tenido que tener un impacto grande en ella ya que es una persona muy religiosa a pesar de su corta edad. Como si se hubiera encendido algo dentro de ella dice: “¡Ahora me acuerdo de que este miedo a vomitar tiene que ver con ella!”. Cuenta de que pequeña ésta le dio una comida, que le sentó mal y que pasó toda la noche vomitando. Que se despertó y vomitó como diez veces. Pone cara de asco. Que ahora entiende porqué en casa de su madrina es donde más mira las etiquetas, y añade, porque hay muchas cosas pasadas de fecha. Le pregunto sobre qué impacto habrá dejado en ella su madrina, dice que el miedo al vómito inició ahí. Hablamos sobre que la idea de ser envenenada puede que se forjara en esa experiencia y que puede que sintiera que su madrina lo hizo a propósito, ¿o no es envenenar acaso lo que hacen las brujas malas?. Ella dice que no sabe porque es así, ni que la motivaba a ser bruja cuando era joven.

En la sesión siguiente todas las náuseas grandes le habían desaparecido, pero no sabe por qué. Cree que tiene que ver con que se han reducido las situaciones de estrés.  

«La hidra de las siete cabezas»: las mutaciones del síntoma

Sin embargo, este periodo de bienestar no dura mucho, a la semana siguiente dice que le ha aparecido el verdadero miedo: miedo a vomitar. Ahora en lugar de sentir la gastritis está todo el tiempo sintiendo las ganas de vomitar, dice que quizá por eso no quería que se le pasara la gastritis. Concluimos que es el miedo a vomitar lo que estaba debajo de la náusea y que el mirar las fechas de caducidad es una manera de controlar la aparición de ese miedo. Dice que por un lado siente alivio y por otro no, ya que no estaría disponible la solución médica y tendría que aceptar que lo que le pasa es de origen emocional. Le pido que recuerde la última vez que vomitó.

Ahí recuerda que vio la película “La niña del exorcistay esto le hizo tener ganas de vomitar. Le pido que hable más de ello, dice que la escena que le hizo querer vomitar es cuando el cura le echa agua bendita y a ella le hizo recordar a que tiene miedo le den algo que está vencido, su madre u otro familiar. Habla de que se parece a la niña del exorcista porque no quiere que le hablen cuando tiene náusea. Yo le digo que quizá también siente que se parece a ella por todo el malestar que esta expresa y que así debe sentirse ella por dentro. Dice que a veces no entiende porqué es a ella sola que le cae mal la comida, cuando por ejemplo va a casas de amigas a comer. Le digo que como a la niña del exorcista quizá sienta que tiene el mal o algo mal dentro de ella.

En otra sesión se sintió cerca de su tío y habló de su vínculo con él. Recuerda que este también tenía gastritis como ella. Dice gastritis y cáncer, como si el cáncer fuera algo menor y menos importante que el cáncer. Recuerda como la saliva le hacía salir el jugo gástrico y tenía un tubo para absolverlo. Dice que ella tenía miedo y sentía como el estómago se le llenaba de jugo gástrico cuando tragaba saliva. Que cuando le daban la quimioterapia su tío vomitaba todo el tiempo y que ella corría, que le daban ganas de vomitar. Dice que en el entierro tenía miedo de verlo y vomitar. Dice que no le pasó nada de eso, que no se puso triste, ni lloró, ni vomitó. Le señalo como la náusea sustituye a las emociones y cómo no debió ser fácil para una niña pequeña ver a su tío agonizar vomitando y acudir a su entierro, también hablamos sobre cómo ella tiene miedo a verse desbordada por sus emociones, que no pueda contenerlas y las vomite.

La despedida de terapia

En las ultimas sesiones Ana pudo sentir como se le reducían las náuseas y el dolor de estómago únicamente aparecía de manera intermitente. Pudimos trabajar sus emociones respecto a sus vínculos significativos y cómo sus sensaciones corporales expresaban su malestar emocional. Un día pudo darse cuenta como en la época de verano espontáneamente le desaparecen las náuseas y el dolor de estómago, asociándolo a que en esa época está menos estresada. Además, nota que mira menos las fechas de caducidad. Hablamos sobre cómo puede hacer para que el bienestar que siente en verano dure todo el año, dice que debería hablar más con su madre y acordar más cosas con ella. Dice que a veces se le olvida pedir los deberes y otras cosas de casa y que eso genera discusiones.

Por último, reflexiona que por un lado quiere que se le vaya la náusea y por otro no. Dice que la náusea pequeña de la gastritis es lo que le protege de vomitar y del miedo.

Cuando llegamos a este punto, la familia decidió no continuar con el tratamiento.

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